La firma relojera Omega tiene su origen, como muchas otras, en los crudos inviernos del valle del Joux, cuando sus habitantes aprovechaban las pocas horas de sol para montar relojes de bolsillo en sus casas. En este caso, fue el joven Louis Brandt quien, en junio de 1848, inauguró un taller de ensamblaje en la villa que su familia poseía en la Rue de Promenade de La Chaux-de-Fonds.

El relojero montaba sus guardatiempos a partir de los componentes y las cajas que le proporcionaban pequeñas manufacturas de la zona, una práctica generalizada por aquel entonces en todo el valle del Joux. Sin embargo, su tarea no se limitaba al aspecto productivo; tal como consta en su pasaporte, ya en los primeros años de actividad del taller Brandt recorrió toda Europa, desde Escandinavia hasta Cerdeña, para comercializar sus piezas.

En pocos años, los relojes de Brandt adquirieron una importante reputación en todo el continente por su gran precisión y fiabilidad, pero era necesario asegurar el futuro, y con ese objetivo, en 1887 se asoció con su hijo Louis-Paul para formar la compañía Louis Brandt & Fils. Apenas dos años después, el 5 de julio de 1879, Louis Brandt fallecía con la tranquilidad de haber dejado la sucesión asegurada en la figura de Louis-Paul, a quien se uniría su hermano César. Juntos, impulsaron inmediatamente importantes cambios organizativos en la compañía, empezando por su traslado a Bienne.

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Louis Brandt, fundador de la marca.

 

Esta ciudad del cantón de Berna ofrecía grandes ventajas fiscales a las empresas relojeras que quisieran instalarse allí, después de la crisis que había asolado el sector textil. Así, en diciembre de 1879 los hermanos Brandt alquilaron la segunda planta de una fábrica situada en la Route de Boujean. Sin embargo, al cabo de poco tiempo la manufactura tuvo que volver a mudarse para poder seguir creciendo y se trasladó a un edificio de la calle Jakob-Stämpfli, en el distrito de Gurzelen, donde aún hoy tiene su sede la firma Omega.

El traslado a unas instalaciones más grandes permitió a Louis Brandt & Fils mecanizar la producción y asumir la fabricación de sus propios movimientos. De ese modo, podía evitar algunos problemas de suministro e incluso de calidad de los componentes que había padecido anteriormente.
Durante los años posteriores, la compañía –que a partir de 1882 pasó a denominarse “Louis Brandt & Frère- utilizó varias marcas para comercializar sus relojes: “Louis Brandt” y “Gurzelen” en 1882, “Décimal” en 1884 y “Labrador”, un año después. Cada firma contaba con sus propias características, de modo que la empresa podía llegar a un público más amplio. El crecimiento derivado de esta política comercial fue espectacular, y en 1889 Louis Brandt et Frère empleaba a 600 trabajadores y elaboraba unos 10.000 relojes anuales, lo que la convertía en la principal productora suiza de relojes acabados.

El Calibre Omega

El éxito comercial obtenido por sus marcas animó a Louis-Paul y César Brandt a elaborar modelos cada vez más complejos, a menudo dotados de verdaderas primicias técnicas. Es el caso del reloj de pulsera con repetición de minutos lanzado en 1892, del calendario completo con gran fecha de 1893, o de un nuevo sistema de repetición con carrillón de 1894. Pero, sin duda, la novedad más destacable de ese periodo fue el calibre Omega, de 1895. Dotado de un sistema de carga más efi ciente y de un innovador me- canismo de ajuste horario, este movimiento resultó un éxito tan importante -principalmente, por su precisión y por la facilidad de reparación que ofrecía- que su nombre acabó integrándose en el de la empresa. Así, en 1903 ésta pasó a denominarse oficialmente Louis Brandt & Frère – Omega Watch Company.

Durante las primeras décadas del siglo XX, los relojes Omega se ganaron un reconocimiento internacional por su gran precisión, que demostraban repetidamente en los observatorios y en las competiciones relojeras, en los que acapararon premios y récords. Fruto de su reputación, en 1909 Omega tuvo el honor de ser elegido como cronometrador de la prestigiosa carrera de globos aerostáticos Bennett Cup. De ese modo se inauguraba una larga y fructífera relación de la marca con el mundo de las competiciones deportivas, que acabaría convirtiéndose en un aspecto esencial de su identidad.

En 1917, la marca hizo gala de su gran inventiva creando el primer reloj de bolsillo que podía “leerse” con los dedos gracias a la textura de los índices horarios. No era la primera vez que Omega sorprendía con modelos extremadamente creativos. Sin ir más lejos, a principios de siglo había lanzado un curioso reloj diseñado para ser enganchado en el depósito de una motocicleta. En 1925, la marca suiza participó en la Exposición de las Artes Decorativas de París, donde obtuvo el Gran Premio de relojería. Sin embargo, lo más destacable es que este evento marcaba, en cierto modo, el nacimiento del movimiento del Art Déco, que durante los años siguientes tendría una gran influencia en los relojes de Omega. Buen ejemplo de ello es el modelo presentado, cuatro años después, en la Exposición Universal de Barcelona: un pequeño reloj femenino de platino y piedras preciosas que no se llevaba en la muñeca sino en el dorso de la mano.

En una línea que nada tenía que ver con la delicadeza de este reloj femenino, el modelo Armure, producido este mismo año, presentaba una robusta caja reversible que permitía proteger la esfera de posibles golpes. Una vez más, la marca sorprendía con diseños que nada tenían que ver con la moda establecida.
Aunque la elaboración de relojes como éstos podría hacer pensar todo lo contrario, la situación económica de la firma -como, de hecho, la de todo el sector- no era la mejor, como consecuencia de la destrucción y la crisis causadas por la Primera Guerra Mundial, que había terminado sólo unos años antes. Por ello, en 1925 Omega y Tissot se unieron para crear el grupo relojero HISS, una de las semillas que décadas más tarde daría vida al todopoderoso Grupo Swatch.

Reloj olímpico

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En 1931 Omega participó en la competición de cronometría organizada por el Observatorio de Ginebra, en la cual estableció seis récords de precisión. Era el impulso necesario para que, un año después, la marca pudiera convertirse en cronometradora ofi cial de los Juegos Olímpicos, responsabilidad que ha mantenido hasta el día de hoy, y que la ha impulsado a lanzar algunas innovaciones técnicas cruciales en materia de cronometraje. En esa edición de 1932, celebrada en Los Angeles, Omega acudió con un solo relojero y 30 cronógrafos para todas las pruebas, nada que ver con las 400 toneladas de material utilizadas y los 450 profesionales del cronometraje movilizados en motivo de los Juegos Olímpicos de Londres del pasado verano.

El mismo año, la firma suiza lanzó el modelo The Marine, el primer reloj de pulsera diseñado para submarinistas. Gracias a la precisión y fiabilidad de sus relojes, el prestigio de Omega alcanzaba los ámbitos más diversos: en 1933, 24 equipos del Ministerio Italiano de Aviación realizaron una competición aérea entre Roma y Chicago; todos los pilotos y copilotos iban equipados con un reloj de pulsera Omega. Sólo un año después, cuando Amelia Earhart se convirtió en la primera mujer en cruzar el Atlántico pilotando un avión, lo hizo también con varios cronógrafos de la marca a bordo.

Durante la década de los 40, Omega incorporó múltiples tipologías de reloj a su colección, desde modelos resistentes al agua hasta relojes automáticos. La madurez de la firma nacida en La Chaux-de-Fonds quedó certificada en 1944, con la producción de la unidad 10.000.000. Era el preludio del lanzamiento de algunos de los relojes más emblemáticos de la firma, como el robusto Seamaster (1948), el cronómetro Constellation (1952), el modelo Ladymatic (1955), el Speedmaster (1957) o el elegante Seamaster De Ville, que en 1967 acabaría convirtiéndose en una colección en sí misma.

De todos ellos, sin duda el que tiene una historia más apasionante es el Speedmaster, un robusto cronógrafo dotado de escala de taquímetro en el bisel cuya historia está estrechamente ligada a la carrera espacial.

Speedmaster, el reloj para situaciones extremas

En 1962, el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, había anunciado al Congreso el proyecto de realizar un viaje tripulado a la Luna. Diseñado para la práctica deportiva y la investigación científica, el Omega Speedmaster fue uno de los modelos que se tuvieron en consideración y llegó a pasar, sin ninguna modificación, 11 pruebas de la NASA para comprobar su idoneidad para ser llevado en un viaje espacial.

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El Omega Speedmaster de Edwin Buzz Aldrin se convirtió en el primer reloj sobre la superficie de la Luna

En 1965 el reloj obtuvo la certificación de la agencia espacial norteamericana que lo cualificaba para vuelos espaciales tripulados, y fue elegido como cronómetro oficial (aún hoy, el Speedmaster es el único reloj certificado por la NASA para las actividades fuera del vehículo espacial). Era el último paso para que Omega participara directamente en uno de los momentos más recordados del siglo XX: finalmente, el 20 de julio de 1969, ante la mirada de más de 450 millones de personas, apostadas ante sus monitores de televisión, el hombre pisó la Luna y el Omega Speedmaster se convirtió en el primer reloj en ser utilizado en la superficie del satélite. Como curiosidad, no era Neil Armstrong quien lo lucía en su muñeca -su reloj se había quedado en el módulo lunar para sustituir a los cronómetros electrónicos, que no funcionaban correctamente- sino el del segundo hombre en pisar la Luna: Edwin Buzz Aldrin.

Tres años después, el Omega Speedmaster volvería a tener un papel crucial en la historia de la carrera espacial durante una misión del Apolo 13. Cuando la nave se aproximada a la Luna, una explosión dañó todos los sistemas electrónicos y el comandante James Lovell tuvo que recurrir a su cronógrafo mecánico para calcular el momento en que debía encender los motores para poder volver a la Tierra. Cualquier error habría supuesto la pérdida del Apolo 13 y la muerte de la tripulación, pero el ingenio y la capacidad de trabajo de todos los responsables de la misión, unidos a la fiabilidad del Omega Speedmaster Professional permitieron que la nave retornara sana y salva a nuestro planeta, en uno de los episodios más dramáticos y famosos de los viajes espaciales.

Antes incluso de erigirse en protagonista de estas hazañas espaciales, sin embargo, el modelo ya había tenido ocasión de demostrar su fiabilidad durante la expedición del explorador Ralph Plaisted al Polo Norte (1968), en la cual el reloj tuvo que resistir temperaturas de 52 grados centígrados negativos durante 44 días. En 1990, el alpinista y explorador Reinhold Messner también lo utilizaría para cruzar el Polo Sur.

En 1974, Omega lanzó el Marine Chronometer, primer cronómetro de la marina en versión de pulsera. Gracias a su movimiento de cuarzo, el reloj garantizaba una variación de marcha diaria de menos de dos milésimas de segundo. A pesar de esfuerzos como éste para adaptarse a la nueva situación del mercado relojero, derivada de la emergencia del cuarzo, durante la segunda mitad de los ’70 el grupo SSIH entró en crisis, y en 1981 estaba en una situación insostenible. Ello obligó a sus responsables a fusionarse, en 1983, con el otro gran grupo relojero suizo, ASUAG, que también pasaba por una situación complicada.

Dos años más tarde, un grupo de inversores liderado por el emprendedor libanés Nicolas G. Hayek se hizo con el grupo -que pasaría a denominarse SMH- y lo reflotó completamente -y, con él, a gran parte del sector- gracias a su concepción totalmente revolucionaria de la relojería. Años después, el grupo, en el que aún se encuentra Omega, pasaría a denominarse Swatch, en honor a la firma de relojes económicos que tanto tuvo que ver en la recuperación de la relojería suiza. Con la vuelta paulatina de los relojes mecánicos a partir de los años ’90, también la firma de Bienne recuperó todo su esplendor; lo demuestran creaciones como el Central Tourbillon (1994), un reloj de carga automática que, como indica su nombre, estaba regulado por un tourbillon situado en el centro de la esfera.

La nueva posición de la marca se reflejó también en el ámbito institucional, y especialmente en la gran cantidad de iniciativas que le hicieron ganar visibilidad en el mercado. La más significativa de ellas, sin duda, fue la participación en la película “GoldenEye”, en la que James Bond lucía un Omega Seamaster. Desde entonces, el Agente 007 ha usado este modelo en todas sus aventuras.

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El Omega Seamaster, diseñado en 1948.

 

El revolucionario escape coaxial

En 1999, Omega lanzó un sistema que revolucionaba la relojería mecánica. Su escape Co-Axial era, de hecho, el primer nuevo diseño de escape funcional en 250 años. El cerebro tras esta invención fue el veterano maestro relojero George Daniels, quien trabajó codo con codo con el equipo técnico de la firma suiza para industrializar el escape. Fruto de tres años de investigación y desarrollo, el escape Co-Axial difiere considerablemente del tradicional escape de áncora suizo; gracias su innovador diseño, reduce significativamente la fricción en el movimiento, de modo que garantiza una mayor eficiencia mecánica y, en consecuencia, una precisión más estable. Todos los relojes dotados de un movimiento Co-Axial, de hecho, cuentan con la certificación cronométrica del COSC.

Fiel a su compromiso con el desarrollo tecnológico, Omega se convirtió, en 2006, en patrocinador del proyecto Solar Impulse, creado para demostrar la viabilidad de un avión impulsado únicamente por energía solar y las corrientes de aire. La aportación de la firma relojera no fue meramente económica: teniendo en cuenta las características y necesidades del aeroplano, el prestigioso ingeniero aeronáutico -y astronauta- suizo Claude Nicollier diseñó el Omega Instrument, un dispositivo de a bordo con indicaciones de rumbo, desvío lateral y ángulo de las alas a través de barras luminosas. Este mismo año, el aeroplano ha cruzado los Estados Unidos de oeste a este en sólo cinco etapas, y está previsto que en 2015 haga la vuelta al mundo.

En 2009, Omega presentó el Seamaster Ocean Liquidmetal en una edición limitada a 1948 ejemplares. Más allá de rendir homenaje al año de lanzamiento del primer Seamaster, el modelo representaba una primicia mundial por la introducción de un nuevo material de alta tecnología: el Liquidmetal. Elaborada por los investigadores del Grupo Swatch en colaboración con el equipo de desarrollo de productos Omega, esta aleación con base de circonio se utiliza para elaborar los índices y numerales del bisel cerámico. Además de su característico color plateado, Liquidmetal aporta una dureza tres veces mayor que la del acero noble y una estructura amorfa que permite unirlo perfectamente a la cerámica. El resultado es un bisel suave y contrastado, muy resistente a los arañazos y a la corrosión.

Durante los últimos años, Omega ha renovado la mayoría de sus colecciones, recuperando en ocasiones algunos de sus nombres más icónicos. Es el caso del Ladymatic, que se convirtió en uno de los modelos automáticos más populares entre el público femenino cuando fue lanzado en 1955, y que la firma recuperó en 2010, con una imagen totalmente renovada y la sofisticación de un movimiento mecánico de alta calidad.

El año pasado, la firma nacida en La Chaux-de-Fonds tuvo el honor de celebrar en Londres su 25ª participación en unos Juegos Olímpicos como Cronometrador Oficial. Con esta edición, la marca relojera celebraba también el 80º aniversario de su vinculación con el mayor evento deportivo del mundo; sin duda, un motivo de orgullo para una manufactura que, a través de sus instrumentos, no sólo ha estado presente en las hazañas más gloriosas del olimpismo, sino también en algunos de los acontecimientos históricos más remarcables del siglo XX.

En 1932, Omega asumía por primera vez la responsabilidad de cronometrar todas las pruebas de los Juegos Olímpicos. Desde entonces, la firma de Bienne ha estado presente en las 25 ediciones disputadas del evento deportivo más importante del mundo, tanto en la versión estival como en la invernal. El relieve de los Juegos Olímpicos ha sido un acicate para Omega, que durante los 80 años de alianza ha revolucionado repetidamente el mundo del cronometraje con sus instrumentos de precisión.

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De hecho, la firma suiza inauguró la era de la cronografía moderna en 1948, cuando empezó a utilizar células fotoeléctricas para determinar exactamente el momento de la llegada de los competidores a la meta. Un año después, la marca introdujo el sistema Racend Omega Timer, que mostraba las décimas de segundo bajo las imágenes de los atletas; en las Olimpiadas de Helsinki de 1952, adoptaría el nombre con el que se le conoce hoy en día: “Photofinish”. A partir de esa edición, asimismo, la introducción de los cronógrafos de cuarzo permitió aumentar la precisión hasta la centésima de segundo.

En 1968, en los Juegos Olímpicos de Ciudad de México, la firma suiza eliminó para siempre posibilidad de error humano a la hora de establecer el ganador de una carrera de natación, con la introducción del Touchpad, un panel táctil que paraba el crono cuando el nadador lo tocaba con la mano. En 1984, en Los Angeles, Omega introdujo un sistema de detección de salidas nulas y, ocho años después, en Albertville, el Scan-O-Vision, que permitía una medición digital de los tiempos con una precisión de una milésima de segundo.

A partir de los Juegos de Atlanta de 1996, han sido incontables las innovaciones presentadas en cada nueva edición, desde la introducción del GPS para conocer la localización y velocidad de los participantes en las pruebas de vela, hasta la aparición de la característica línea roja en las retransmisiones de las carreras de natación, que permite comparar la evolución del competidor en relación al récord del mundo vigente.
Finalmente, en las Olimpiadas de Londres del año pasado, la firma suiza introdujo el Quantium Timer, un dispositivo capaz de medir intervalos de tiempo con una precisión de una millonésima de segundo.

Impulsada por la responsabilidad de cronometrar todas las pruebas de un evento deportivo de la magnitud de unos JJOO -respondiendo a las necesidades concretas de cada una de ellas-, Omega ha contribuido, durante más de 80 años, a empujar la técnica relojera hasta niveles de precisión impensables hasta hace poco tiempo. No hay duda de que seguirá haciéndolo en el futuro, empezando por los Juegos Olímpicos invernales de Sotxi (2014) y, sobre todo, en la edición estival de Rio de Janeiro (2016).

Este artículo ha sido publicado en el número 47 de la revista Máquinas del Tiempo.

 

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