Seguramente, para muchos el nombre de Cartier evoca un mundo de riqueza, de princesas y emperatrices, de actrices y alta joyería. Y es que, desde hace más de un siglo y medio, lucir una de sus piezas –ya sea un reloj o una joya- es un signo de distinción y clase en todo el mundo. Lo que menos gente sabe es que esta firma, nacida en París en 1847, también es la principal responsable de que el reloj de pulsera se popularizara entre los hombres a principios del siglo XX, y una de las que más ha influido en la evolución estética de los guardatiempos.
Todo empezó cuando Louis-François Cartier (1819-1904) se hizo cargo del taller de joyería de su maestro Adolphe Picard, situado en el número 29 de la Rue Montorgueil de París. Sus obras no tardaron en llamar la atención de la nobleza y las clases acomodadas de la ciudad, y en 1856 la princesa Mathilde, sobrina de Napoleón I, adquiría sus primeras piezas elaboradas por Cartier, al igual que haría tres años más tarde la emperatriz Eugenia, coincidiendo con el traslado del taller en el Boulevard des Italiens.
En 1874 Alfred Cartier tomó las riendas del negocio. Él fue el responsable de expandir la firma, y fue también quien empezó a tomarse en serio el tema de la relojería, que para su padre era secundario. Precisamente, en 1888 encontramos la primera referencia de modelos de pulsera elaborados por Cartier. Concretamente, se trata de relojes-joya para mujer, pues los hombres utilizaban estrictamente guarda tiempos de bolsillo: así pues, los primeros modelos de pulsera eran estrictamente femeninos, y estaban más cerca de una pulsera decorativa que de lo que hoy entendemos como un reloj.
El prestigio del taller no paraba de crecer, y en 1899 Cartier se instaló en la Rue de la Paix, que a lo largo del siglo XIX se había convertido en el verdadero centro del lujo y la elegancia en París, junto a la Place Vêndome. Es muy probable que Alfred Cartier (tomara esta decisión por la insistencia del joven Louis Cartier (1875-1942), que sólo un año antes se había asociado con su padre. El hermano de Louis, Pierre (1878-1964), también se incorporó al negocio familiar abriendo una boutique de Cartier en Londres, con motivo de la coronación del rey Eduardo VII, en 1902. El monarca nombraría a la marca, dos años después, proveedora oficial, al igual que hizo en España el rey Alfonso XIII.
Primer reloj de pulsera
Sin embargo, el hecho más importante en la historia de Cartier –y uno de los más significativos de la relojería moderna- fue la creación del mítico reloj Santos, el primer modelo masculino ideado para ser llevado en la muñeca con correa de cuero. La génesis de esta pieza se encuentra en la amistad de Louis Cartier con el brasileño Alberto Santos Dumont, uno de los pioneros de la aviación, famoso entre otras cosas por ser el creador del primer avión capaz de despegar, volar y aterrizar por sus propios medios. Hablando con Santos sobre uno de los muchos récords de velocidad obtenidos por éste, Louis Cartier se sorprendió de que el piloto no supiera que había logrado su hazaña hasta que se lo comunicó el jurado. Santos replicó que le era imposible consultar su reloj de bolsillo, ya que debía mantener las manos en los mandos de su dirigible en todo momento.
Inmediatamente, Cartier se puso manos a la obra para conseguir un reloj que permitiera a su amigo cronometrar sus vuelos. El fruto de este trabajo, que con su nombre honra la memoria del piloto brasileño, no sólo le resulto útil a éste en sus futuros retos; se convirtió en la pieza preferida de la alta sociedad parisina cuando empezó a ser comercializado en 1911, hasta el punto de revolucionar el concepto que se tenía de cómo debía ser un reloj masculino. La caja cuadrada y los estilizados numerales romanos subrayados por un chemin de fer se convirtieron en un icono que expresa los valores estéticos de la marca. Cartier lo recuperó en 1978, y aún hoy el Santos es uno de los relojes más apreciados por los amantes de la Alta Relojería en cualquiera de sus múltiples versiones.

Alberto Santos Dumont, famoso aviador a quien Louis Cartier dedicó su reloj Santos.
Si el Santos dejaba entrever las primeras influencias del Art Déco, éstas se harían mucho más explícitas un par de años más tarde, no sólo en las colecciones de joyas, sino en el segundo gran reloj de pulsera elaborado por Cartier, estéticamente revolucionario y característico por su forma de barril. Se trata del elegante modelo Tonneau (precisamente, “tonel” en francés), que introducía esta peculiar figura en el mundo de la relojería e inauguraba el tradicional estilo de Cartier, caracterizado por los numerales romanos y el peculiar cabuchón de zafiro en la corona.
La creatividad y el carácter pionero de la firma parisina encontraron rápidamente la complicidad de la realeza europea y asiática, y Cartier se convirtió en proveedor oficial del Imperio Ruso o del reino de Siam. Además, la marca también empezó su expansión en Estados Unidos con la abertura de una sucursal en Nueva York, en 1909.
1912 vio el nacimiento de otra de las piezas clásicas de Cartier, el reloj Baignoire (aunque no recibió este nombre hasta 1973), característico por su diseño oval y que ha sido objeto de múltiples versiones a lo largo de la historia. Este mismo año, la marca empezó a engastar diamantes de talla baguette en algunas de sus piezas femeninas. El corazón joyero de Cartier se deja ver claramente en creaciones como el primer reloj-brazalete de señora, de 1914, adornado con un “motivo de pantera” en ónice y diamantes engastados.
Se trata, sin duda, del periodo más creativo de la firma parisina, que tuvo continuidad en 1919 con el lanzamiento de otro de sus modelos iconográficos, el reloj Tank (aunque sus primeros esbozos datan de 1917). Inspirado por la sección horizontal de un tanque militar Renault, el modelo Tank juega con el contraste entre la forma cuadrada de la esfera y el rectángulo que forma la caja con las asas, situadas en los ángulos anteriores y superiores.
Las formas cuadradas del reloj rompían totalmente con la moda barroquizante en boga en aquel momento, y era una premonición del retorno de las líneas puras y la elegancia estilística, y se ha convertido a lo largo de las décadas en el modelo preferido de muchas celebridades, desde Catherine Deneuve a la princesa Diana de Gales. Paralelamente a los relojes de pulsera, Cartier seguía fabricando otras tipologías de relojes. Si en 1912 había sorprendido con su péndulo misterioso Modelo A, 11 años más tarde lanzaba el primer péndulo misterioso de pórtico, que estaba coronado por una estatuilla llamada Billiken.
Las nuevas formas experimentadas por la marca francesa iban acompañadas de nuevos retos técnicos, y a principios de la década de los veinte la marca creó, junto a Edward Jaeger (quien a su vez participaría en el nacimiento de la firma ginebrina Jaeger-LeCoultre), una empresa llamada European Watch & Clock, encargada de proporcionar movimientos en exclusiva para Cartier (a pesar de que la firma continuó usando también calibres de las principales manufacturas suizas).
La producción joyera seguía siendo una actividadcentral para la firma, cuyas creaciones artísticas contaban con un gran prestigio en el ámbito de los productos de lujo. Esta vertiente de Cartier se refleja en la creación de relojes como el Baguette, de 1926, totalmente engastado de diamantes. Durante el periodo de entreguerras, Cartier continuó expandiéndose con la apertura de nuevos puntos de venta exclusivos en centros tan ligados al glamour y al lujo como Cannes (1935) o Montecarlo (1938), a la vez que creaba nuevas delegaciones en ciudades como Ginebra, Hong Kong o Munich. En el ámbito creativo, la marca seguía buscando nuevas formas de expresión estética, como el peculiar Tank Asymétrique, de 1936, dotada de una caja en forma de paralelogramo con la esfera desplazada 45 grados.

Reloj Misterioso Pórtico de Cartier, Paris, 1923 Este reloj es el primero de una serie de 6 relojes diferentes, diseñados como templos sintoístas entre 1923 y 1925.
La muerte de Louis Cartier en 1942 y la pérdida de su inagotable genio creativo fue un duro golpe para la firma, que, sin embargo, un año más tarde lanzó su primer reloj resistente al agua, con corona enroscada. El Pasha era un modelo grande y robusto, elaborado en oro. Como tantos relojes de origen militar contaba con una rejilla metálica que protegía el cristal de los golpes. En 1945 se hizo cargo de la empresa el hermano de Louis, Pierre Cartier, mientras que Jean-Jacques Cartier, hijo de Jacques, asumió la dirección de Cartier Londres.
Este periodo no fue seguramente el más rico para la marca en cuanto a creaciones relojeras (aunque las colecciones joyeras de la marca seguían siendo sinónimo de prestigio y exclusividad, y un objeto del deseo para las celebridades del mundo del espectáculo y de la aristocracia europea). Además, después de la muerte de Pierre Cartier en 1964, su hija Marionne Claudelle, que estaba a cargo de Cartier París; Claude (hijo de Louis), que había tomado las riendas de la filial ubicada en Nueva York y Jean-Jacques (hijo de Jacques), responsable de la londinense, decidieron vender sus negocios.El reloj más significativo de esta década, salido de Cartier Londres, fue sin duda el daliniano Crashwatch, caracterizado por su deforme figura, como si se hubiera derretido bajo el sol.
En 1972, un grupo de inversión liderado por Joseph Kanoui compró Cartier París y se propuso relanzar la firma. El Presidente de la compañía, Robert Hocq, creó el concepto “Les Must de Cartier” (“must have” es un término inglés referido a aquellos productos imprescindibles) en colaboración con el nuevo Director General de la marca, Alain Dominique Perrin. Bajo esta denominación lanzaron nuevos productos representativos de los principios estéticos y de los estándares de calidad de Cartier, como la nueva y renovada versión del clásico Santos, dotado para la ocasión de un armis de oro y acero.
En los años sucesivos, los nuevos responsables de Cartier recompraron las filiales de Londres (1974) y Nueva York (1976), un movimiento imprescindible para poder unifi carlas juridicamente a todas bajo la denominación Cartier Monde, cosa que sucedió fi nalmente en 1979. Robert Hocq tenía que ser el CEO de la compañía resultante, pero un accidente mortal hizo que este cargo recayera en Joseph Kanoui.
La década de los años 80 se caracteriza por una mayor diversificación de producto (con el lanzamiento de nuevos perfumes, gafas de sol dentro de la colección Must- y otros productos de lujo) y, sobre todo, por dos grandes piezas relojeras de corte clásico, como son el Panthère y el Tank Américaine. Si el primero, de 1983, era una revisión del clásico Santos, dotada de una armis articulado de oro amarillo o de acero, el segundo fue el Tank Américaine, de 1989, inspirado en el Tank cintrée, y cuya tradicional caja curvada era, por primera vez, resistente al agua. Este mismo año, la fi rma celebraba su primera gran exposición retrospectiva en parís, en el museo del Petit Palais.

Modelo Tank de 1922.
Durante este periodo, la actividad de Perrin al frente de la compañía fue más allá del ámbito estrictamente comercial. En 1984, fundó la Foundation Cartier pour l’Art Contemporain, y dos años más tarde fue designado por el Ministro de Cultura Francés para liderar la Mission sur le mecenat d’enterprise, relacionada con el patrocinio de artistas. En el campo de la relojería, Perrin fundó en 1991 el Comite Internacional de la Haute Horlogerie (CIHH) para organizar el primer salón internacional de la Alta Relojería, que tuvo lugar en Ginebra en abril de ese mismo año.
En 1994, la Foundation Cartier pour l’Art Contemporain se instalaba en un espectacular edificio diseñado por Jean Nouvel, situado en el boulevard Raspaill, en la “rive gauche” de París. Es el preludio perfecto a la celebración del 150º aniversario de la marca parisina, en 1997, en motivo del cual la fi rma elaboró excepcionales conjuntos de alta joyería, entre los cuales, un collar compuesto por una serpiente engastada con diamantes y adornada con dos esmeraldas talla pera.
Los últimos años, la fi rma ha continuando lanzando colecciones relojeras que, a menudo, recuperan las viejas formas y los elementos de diseño que durante un siglo y medio han confi gurado la inconfundible imagen de Cartier (caso de relojes como el Tank Divan, de 2002). Pero también el espíritu estéticamente innovador que siempre ha caracterizado a la marca puede verse en diseños como el La Doña (2006), una pieza femenina, con su armis en forma de trenza; o el elegante Ballon Bleu, lanzado un año después, que recurre a una forma prácticamente redonda –ligeramente ovalada, en realidad-, rematada con un protector de corona en forma de arco.
Piezas como éstas, junto a las lujosas y espectaculares colecciones joyeras, hacen que Cartier siga siendo hoy una marca de referencia dentro de la industria del lujo, eternamente ligada a altezas, artistas y celebridades. O, tal como la defi nió el Príncipe de Gales en una ocasión, “Joaillier des Rois, Roi des Joailliers”.
Esta artículo ha sido publicado en el número 29 de la revista Máquinas del Tiempo.