Tal como hemos contado más de una vez en esta sección, no es una casualidad que el Valle de Joux, situado en el corazón del Jura suizo, sea la cuna de la relojería suiza y el lugar que ha visto nacer a la mayoría de las grandes complicaciones. En los largos y duros inviernos durante los cuales el valle quedaba incomunicado y era imposible vivir de la agricultura, sus habitantes se encerraban para crear sus pequeñas maravillas técnicas, que comercializaban en Ginebra apenas lo permitían las condiciones meteorológicas. Así, desde el siglo XVII, pequeños talleres artesanales empezaron a surgir por todo el valle, fruto de esta diversificación económica. Unos pocos acabarían convirtiéndose, siglos después, en las grandes manufacturas relojeras que hoy mueven millones y millones de euros.

Hija de esta tradición, Jaeger-LeCoultre es una de las pioneras en este paso de las pequeñas manufacturas de carácter familiar a las grandes empresas relojeras. Su historia empieza en 1833, cuando el inventor y relojero autodidacta Antoine LeCoultre (1803-1881), después de crear una máquina para tallar piñones de relojería, decidió establecer su propio taller en la población de Le Sentier.

Éste empezó a crecer rápidamente, al tiempo que lo hacía el número de nuevos inventos y patentes de LeCoultre: él fue, por ejemplo, el primero en medir la micra (la milésima de milímetro), gracias a la invención, en 1844, del “Millionomètre”, que durante mucho tiempo fue el instrumento de medida más preciso del mundo. Tres años después, creó un revolucionario sistema de carga y puesta en hora del reloj a través de un pulsador que permitía realizar el cambio de funciones sin necesidad de utilizar ninguna llave.

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Antoine LeCoultre y Edmond Jaeger.

El crecimiento continuó durante las décadas siguientes, de la mano de Antoine LeCoultre y su hijo Elie, y en 1866 vieron la necesidad de reunir bajo el mismo techo a los distintos artesanos que trabajaban en la creación relojera. De este modo nacía la primera manufactura del inhóspito valle de Joux, con el nombre de LeCoultre & Cie.

En una época en que los conocimientos relojeros estaban dispersos en varios cientos de pequeñas manufacturas de producción a domicilio, esta estructura permitía a los trabajadores compartir sus secretos y enriquecer sus conocimientos respectivos, e hizo posible que se desarrollaran allí los primeros procesos parcialmente mecanizados de fabricación de movimientos complicados (a ello contribuyó también la instalación de una máquina de vapor para accionar las herramientas). Además, LeCoultre participó activamente en la mejora de las condiciones de producción inventando personalmente una gran cantidad de herramientas de trabajo que permitían aumentar la precisión y la fiabilidad. En 1888, la manufactura ya contaba con una plantilla de 500 empleados, entre relojeros, técnicos y artistas, lo cual le valió el sobrenombre de La Grande Maison.

Antoine LeCoultre murió en abril de 1881, a la edad de 78 años. La empresa, sin embargo, estaba perfectamente consolidada y en buenas manos, puesto que Elie LeCoultre, además del ideólogo de la conversión del taller en una manufactura moderna, era un relojero excelente, responsable de una gran cantidad de diseños y patentes. Un ejemplo del impulso de la manufactura LeCoultre & Cie propiciado por Elie es la inauguración, en 1888, de un nuevo edificio, capaz de albergar a muchos más trabajadores. Al final de la década, la firma llegaba a los 156 calibres creados, de los cuales 31, dotados de complicaciones como calendario perpetuo, cronógrafo o repetición de minutos.

Jaeger y LeCoultre

Sin embargo, aún había de producirse el hecho que cambiaría la historia de la manufactura helvética. Sucedió en 1903, cuando el relojero de la Marina Edmond Jaeger (1858-1922), un alsaciano afincado en París, tuvo la idea de retar a los relojeros suizos a fabricar los calibres ultraplanos de su invención. Por aquel entonces, el responsable de la manufactura era Jacques-David LeCoultre, nieto del fundador. El relojero no sólo aceptó el reto, sino que además empezó a colaborar con LeCoultre para mejorar sus calibres.

Fruto del encuentro de esos dos magníficos relojeros nació, no sólo una duradera amistad, sino también una extraordinaria colección de relojes ultraplanos, simples y con complicaciones, que se encuentra entre las más extraordinarias de la historia de la relojería. Dicha colección, embrión de la marca Jaeger-LeCoultre (que nacería oficialmente en 1937), incluía, entre otras piezas, el Calibre 145, un movimiento para reloj de bolsillo de sólo 1,38 mm de grosor, creado en 1907 y que sería fabricado durante más de medio siglo.

La principal razón para fabricar calibres cada vez más planos era la creación de relojes de pulsera. El reto no era solamente adaptar esos nuevos movimientos a las pequeñas cajas, sino también hacerlo con la mayor elegancia posible, y para ello solicitaron la colaboración de los mejores relojeros del país. Este trabajo dio como fruto la creación, en 1908, del primer calibre de forma rectangular. Posteriormente, la manufactura lanzó otras creaciones de gran mérito, como un cronógrafo, un doble barrilete con reserva de marcha de ocho días o un calendario perpetuo rectangular.

De la década de los ’20 son los primeros iconos de la enseña, de inspiración Art Déco. En pocos años, nacieron sucesivamente piezas tan importantes como el reloj Duoplan (1925), el péndulo perpetuo Atmos (1928) y el famoso Reverso (1931): El reloj Duoplan era la respuesta de Jaeger-LeCoultre a la pérdida de precisión que acarreaba la miniaturización extrema de los movimientos para adaptarlos a las pequeñas cajas de los relojes de pulsera. La distribución de sus componentes en dos planos superpuestos solucionaba ese problema y abría las puertas a la fabricación del Calibre 101, el más pequeño del momento (con apenas un gramo de peso y compuesto de 74 piezas), en 1931.

El Atmos, por su parte, es una maravilla técnica inventada por Jean-Léon Reutter y perfeccionada y fabricada por la manufactura helvética. Paradigma del reloj con reserva de marcha ilimitada, el Atmos toma su energía de las más mínimas variaciones de la temperatura. Por su significación, se ha convertido en el regalo oficial de la Confederación Suiza. En 1931, un grupo de oficiales británicos destinados en India lanzó el reto de crear un reloj capaz de soportar los golpes y las sacudidas que se producen durante un partido de polo. Jaeger-LeCoultre ideó el modelo Reverso, dotado de un mecanismo reversible y de formas claramente surgidas del Art Déco, que rápidamente se convertiría en una de sus piezas iconográficas.

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Atmos de 1928.

Nuevos parámetros

Si durante el primer tercio de siglo XX la estética más decorativa y las influencias Art Déco habían marcado los diseños de la firma, durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial cobraron un gran protagonismo los relojes pensados para una actividad intensa, diseñados según parámetros de precisión, funcionalidad, resistencia y comodidad de uso.

En 1946, la firma helvética creó su primer modelo automático, dotado de un calibre 476. Era el principio de un largo camino de innovaciones en este campo: masas con topes, masas de rotor, masas de oro, cuerda unidireccional -y después bidireccional-, alta frecuencia, esferas de cerámica… Cuatro años más tarde aparecía la colección Memovox, que aún hoy está entre las más valoradas de la marca, y que en 1956 se ampliaría con el primer reloj despertador automático del mundo y nueve años más tarde, con el célebre modelo de buceo Polaris.

Otra de las piezas emblemáticas de ese periodo fue el reloj Futurematic, sucesor natural del calibre 476. Dotado del calibre 497 y desprovisto de corona de remontar, fue el primer reloj 100% automático. También en la línea de relojes robustos y de caja redonda, el modelo Geomatic de 1958 (aunque no recibió este nombre hasta 1962) se caracterizaba por sus cualidades antimagnéticas e hidrófugas, y por su resistencia a los choques.

Si en el campo de la relojería mecánica Jaeger-Le- Coultre se había convertido en una de las compañías punteras en cuanto a evolución técnica, lo mismo se puede decir respecto a la elaboración de movimientos de cuarzo. La firma suiza se introdujo en ese mundo en 1967, con una pieza que acaparó premios en el Observatorio. En la misma línea, Jaeger-LeCoultre desarrolló en 1982 el calibre 601, el cual, con unas medidas de 9,7 x 11,7 mm y un grosor de 1,8 mm, era el mecanismo más pequeño del mercado. De ese modo, la marca seguía su carrera para lograr la máxima miniaturización de los movimientos. Otra hazaña en el ámbito del cuarzo fue la creación, cinco años más tarde, del Calibre 630 mécaquartz, un movimiento que combinaba la complejidad de los mecanismos mecánicos de cronógrafo con la precisión del cuarzo.

Sin embargo, la introducción de la firma a la fabricación de calibres de cuarzo no supuso el abandono de la investigación y el desarrollo de movimientos mecánicos. En 1989 la marca sorprendió a todo el mundo con el lanzamiento del reloj Grand Réveil, un calendario perpetuo dotado de un despertador único, con una campana de bronce en la cual percutía un pequeño martillo.

A lo largo de las últimas décadas, Jaeger-LeCoultre ha continuado con su labor de innovación técnica. De la década de los ’90 destaca, sobre todo, la serie conmemorativa de los 60 años del Reverso, de 1991, una serie limitada a 500 ejemplares que incluía seis modelos elaborados a partir de la caja del Reverso Taille: el 60ème, con pequeños segundos y reserva de marcha, con esfera de plata maciza decorada en guillloché; un tourbillon; un repetición de minutos; un cronógrafo; un Geographic y un Quantième Perpétuel. Diez años más tarde, y para celebrar el 70º aniversario, una nueva edición limitada incorporaría el platino con esfera en esqueleto.

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Gyrotourbillon de 2004

Actualmente, Jaeger-LeCoultre sigue siendo un referente en cuanto a la fabricación de relojes con grandes complicaciones, como demuestra el lanzamiento de piezas como el Gyrotourbillon (2004), el Reverso à Triptyque (2006) o el Hybris Mechanica (2009), los dos últimos, entre los más complicados del mundo. Además de su savoir-faire en este campo, Jaeger-Le-Coultre puede presumir hoy de ser la única manufactura que concentra bajo su techo a todos los oficios relojeros: 40 artes que le ofrecen la capacidad de fabricar la totalidad de los componentes de un reloj.

La firma de Le Sentier, en definitiva, ha sabido crecer, manteniendo el espíritu con el que Antoine LeCoultre creó su pequeño taller en 1833, hasta convertirse en una de las principales marcas de la Alta Relojería suiza, con un rico patrimonio que incluye a algunas de las piezas más valoradas por conneisseurs y aficionados. Desde octubre de 2007, 500 de esas obras maestras pueden visitarse en la Galería del Patrimonio Jaeger- LeCoultre, situada precisamente en el edificio en el cual LeCoultre instaló su taller, y que permite hacer un repaso completo a la historia de la manufactura a través de sus piezas más significativas.

Esta artículo ha sido publicado en el número 27 de la revista Máquinas del Tiempo.

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