LANG & HEYNE
TRADICIÓN RELOJERA FORJADA EN DRESDE
Al contrario de lo que podría hacer pensar su aproximación extremadamente clásica a al mundo de los guardatiempos, la firma Lang & Heyne cuenta con apenas 17 años de vida, un suspiro en términos de historia relojera. Sin embargo, en cada una de sus piezas se palpa la veneración que siente su cofundador Marco Lang por el rico patrimonio de la relojería sajona.
Nacido en 1971 en el seno de una familia de relojeros —de hecho, representa a la quinta generación familiar en el oficio—, Marco Lang se crió observando como su padre trabajaba como jefe de restauración del Gabinete de Matemáticas y Física de Dresde, un importante museo de relojes históricos e instrumentos científicos. Durante su juventud aprendió las bases del trabajo del metal y durante tres años ejerció de aprendiz en un taller de mecánica de precisión de Glashütte. El gran salto para completar su formación, sin embargo, se produjo tras la reunificación alemana, cuando pudo viajar al norte del país para ejercer como asistente del relojero Ihno Fleßner, bajo el magisterio del cual se especializó en la producción de relojes de péndulo de alta precisión.
Tras siete años junto a Fleßner, en 1998 Lang volvió a Dresde con su certificado de master y la intención de abrir su propio taller de relojería y restauración. Allí fue donde empezaron a gestarse sus primeras piezas, muy influenciadas por los relojes antiguas que había tenido ocasión de descubrir a través de su padre.
A principios de 2001, Lang conoció al talentoso aprendiz Mirko Heyne y descubrió que ambos compartían la misma visión de la relojería y la misma pasión por los guardatiempos de los siglos XVIII y XIX. Al cabo de poco tiempo, decidieron unir sus fuerzas para crear una nueva firma que rindiera homenaje a la rica tradición relojera de la ciudad de Dresde y del Estado de Sajonia. Nacía, de este modo, la firma independiente “Lang & Heyne”.
Para subrayar su compromiso, los fundadores decidieron dar a todos sus relojes el nombre de algunos de los personajes históricos —nobles, príncipes electores duques y reyes de Sajonia— representados en el mural “La Procesión de los Príncipes” (Fürstenzug) que decora la fachada de la Casa de Wettin, en Dresde.
Marco Lang, fundador de Lang & Heyne.
El modelo Friedrich August I, de 2002.
Éxito instantáneo
Muy pronto, los dos jóvenes relojeros empezaron a trabajar en los primeros guardatiempos de la marca, y en menos de un año fueron capaces de presentar en la feria de Basilea el prototipo de sus primeros dos modelos, denominados “Friedrich August” y “Johann”.
Inspirados en unos relojes de bolsillo de principios del siglo XX, ambos modelos presentaban ya buena parte de los elementos que acabarían convirtiéndose en el sello distintivo de la marca, empezando por las triples asas utilizadas para fijar la correa. Estéticamente, destacaban por una imágen eminentemente clásica, marcada por unas esferas en esmalte que lucían unas elegantes cifras en calco (arábigas de estética Art Déco en el caso del Friedrich August, y romanas en el del Johann), complementadas por una escala de ferrocarril.
Los dos primeros relojes de Lang & Heyne compartían también el Caliber I, un movimiento de cuerda manual que ofrecía una indicación de horas, minutos y pequeños segundos (con sistema de parada), y estaba dotado de todos los elementos idiosincráticos de la relojería sajona, como el puente de tres cuartos, el regulador de cuello de cisne y el puente del volante grabado a mano. Una frecuencia de oscilación de 18.000 daba cuenta de la vocación clásica del reloj.
Ambos modelos se comercializaron en tres versiones de caja: en oro rosa, en oro blanco y en platino. Desde entonces, todos los modelos de la marca están disponibles en alguno o varios de estos metales preciosos, un detalle que ejemplifica su compromiso con la alta relojería de lujo.
A pesar del éxito obtenido por la firma en su primera participación en Baselworld y de las buenas expectativas de futuro, en verano de 2002 Mirko Heyne recibió una oferta para liderar el equipo de investigación y desarrollo de Nomos y decidió abandonar la joven firma —que de todos modos conservaría su nombre original— para proseguir su carrera en la ciudad de Glashütte.
Tras la salida de su socio, Lang continuó su camino como creador de relojes independientes, y a finales de 2003 decidió vender su establecimiento de relojería para centrarse exclusivamente en la creación de los relojes de la manufactura. Asimismo, en 2005 se convirtió en miembro de AHCI (Académie Horlogère des Créateurs Indépendants), la asociación internacional de relojeros creativos independientes.
Desde entonces, la firma ha mantenido su independencia y su compromiso con la relojería artesanal, sin renunciar a un crecimiento que le permita hacer frente a la demanda (actualmente, Lang & Heyne fabrica unas 50 unidades anuales, aunque está trabajando para doblar esta cifra). De los cuatro relojeros que iniciaron la aventura a principios de siglo, la plantilla ha pasado a 13 jóvenes profesionales, entre los que se encuentran relojeros, operadores de máquinas de CNC, grabadores y artesanos especializados en el acabado de las piezas.
Asimismo, en 2010 la compañía trasladó sus talleres a una pequeña villa situada en el tranquilo y verde barrio de Bühlau, Dresde, que ofrece al equipo de Lang & Heyne un entorno ideal para llevar a cabo un trabajo que requiere la máxima concentración y precisión.
Modelo Moritz, de 2005, equipado con el Caliber III.
Fidelidad a unos principios
A lo largo de sus 17 años de historia, Lang & Heyne ha mostrado una fidelidad incondicional hacia los principios de la tradición relojera sajona. Un respeto que no se refleja solamente en la utilización de recursos técnicos como la platina de tres cuartos o el regulador de cuello de cisne, sino también en cada pequeño detalle, empezando por los grabados —realizados a mano por el artesano Mathias Köhler— que decoran el puente del órgano regulador.
En su afán por preservar y perfeccionar viejas prácticas relojeras, los profesionales de la casa incluso han recuperado un tipo de revestimiento denominado Gewand aus angeriebenem Silber (revestimiento de plata pulverizada), que fue utilizado durante los siglos XVIII y XIX, y que consiste en la aplicación de una mixtura sobre la superficie de las partes de latón —platos, puentes y puente del volante— para dotarlas de una singular textura granulada (posteriormente, son bañadas en oro).
Asimismo, desde 2016, en todos los calibres manufacturados por Lang & Heyne se utilizan exclusivamente ruedas de oro con los radios achaflanados, un detalle del que probablemente ninguna otra firma puede alardear. Naturalmente, no se trata de una decisión romántica o de una excentricidad, sino que surge de la convicción de que la combinación de ruedas de oro y piñones de acero ofrece un mejor rendimiento que los materiales convencionales.
Esta particular concepción de la relojería está presente en cada uno de los modelos que la firma ha comercializado hasta el momento; una colección que ya suma 12 modelos (con seis diferentes calibres, todos ellos de manufactura propia) y que ha ido ganando en complejidad a medida que los relojeros de la casa incorporaban nuevas complicaciones.
A los modelos Friedrich August I & Johann, dotados de una simple indicación horaria, les siguió, en 2005, el reloj Moritz, que ofrecía una función de calendario completo con un disco de fases lunares y un singular —y novedoso— indicador de la inclinación de los rayos de sol sobre el Ecuador. El movimiento encargado de dar vida al guardatiempo era el Caliber III, basado en su predecesor pero dotado de un sistema de carga totalmente remodelado que permitía que la fecha, el mes y la declinación pudieran ser ajustados mediante la corona. Estéticamente, el modelo Moritz destacaba por la perfecta simetría de su esfera —elaborada en plata sólida— y por la elaboración de los discos de la Tierra (función de declinación de los rayos) y la Luna (fases lunares) con la técnica del champlevé, que aúna esmalte y oro. El disco terrestre estaba disponible en tres versiones, en las cuales estaban representadas Europa y África, Asia y Australia o América.
La caja era la misma que se había utilizado para los modelos precedentes —y, de hecho, la que la firma ha usado en casi todos sus modelos—, caracterizada por las triples asas y por la presencia de unos discretos protectores en el lateral, encargados de resguardar una contundente corona de formas redondeadas.
Con su siguiente modelo, denominado “Albert” y equipado con el Caliber IV, en 2006 Lang & Heyne se aproximó a una complicación tan clásica como el cronógrafo, pero con un punto de singularidad, que en este caso se refleja en una totalización central de los minutos y segundos (el pequeño segundero situado a las seis horas ofrece la indicación de los segundos horarios). Activado mediante un único pulsador situado en la corona, el mecanismo de cronógrafo cuenta con una rueda de pilares, cuyas evoluciones pueden admirarse a través del cristal de zafiro que protege el fondo.
Disponible en esmalte blanco o en plata (en este caso, con la superficie de color negro), la esfera del Albert se basaba en la del modelo Johann, de la cual se diferenciaba solamente por la presencia de una escala de segundos —con cuatro subdivisiones, correspondientes a la frecuencia de oscilación del calibre— en el perímetro.
Tras el cronógrafo monopulsador, en 2009 Lang & Heyne afrontó, con su modelo Konrad, una nueva complicación poco frecuente en la relojería actual: los segundos muertos. El cuarto mecanismo de la manufactura, denominado Caliber V, estaba equipado con un segundo remontoir, posicionado en la rueda de escape, que se recargaba cada segundo para asegurar que el volante recibía la fuerza de manera constante y dotar al segundero de su característica rotación en saltos de un segundo. Por si fuera poco, el reloj también contaba con una aguja central de fecha que al final de cada mes realizaba un salto de más de 60 grados para posicionarse de nuevo al principio de la escala.
Dotado del mismo Caliber V y de una estética muy similar, el modelo Heinrich (lanzado en 2010) sumaba a las funciones del Konrad una indicación de la reserva de marcha, ubicada a las doce, en el gran espacio libre entre los numerales 31 y 1 de la escala de fecha.
Edición limitada del Calibre I, con los puentes y la platina elaborados en genuino marfil de mamut.
Modelo Friedrich III, de 2013.
Vuelta a los orígenes
Aprovechando la reiteración de Friedrichs en el mural de la Casa de Wettin, entre 2011 y 2013, Lang & Heyne lanzó los modelos Friedrich II y Friedrich III, que representaban una vuelta a los orígenes de la marca: El Friedrich II era idéntico al modelo Friedrich August I, mientras que el Friedrich III tomaba todas sus características estéticas del Johann. Los dos nuevos guardatiempos, sin embargo, estaban equipados con el nuevo Caliber VI, cuya arquitectura recuperaba el característico puente de tres brazos inaugurado con el Caliber V.
Entre estos dos modelos, la firma sajona presentó toda una rareza: una versión de su Calibre I con los puentes y la platina elaborados en genuino marfil de un mamut muerto hace 10.000 años que se había conservado en el permafrost siberiano. Naturalmente, el reloj resultante fue comercializado en una edición muy limitada, de solamente 25 ejemplares.
En 2014, la firma sajona lanzó uno de sus modelos más complejos desde el punto de vista técnico. Ideado, en principio, como una pieza única, el Augustus I ofrecía una función de memoria que recordaba la fecha de 12 aniversarios elegidos por el comprador del reloj. Esta información se mostraba en dos ventanas (a las seis, la efeméride en cuestión, y a las seis, su fecha completa), mientras que los años del aniversario en cuestión podían leerse en dos subesferas (decenas, entre las siete y las ocho, y unidades, entre las cuatro y las cinco). Además, el reloj ofrecía una función de calendario anual con indicaciones de fecha, mes y año. Un pulsador ubicado en la corona permitía cambiar la función de esta, información que podía leerse mediante una aguja situada entre las dos y las tres. Más allá de sus singulares complicaciones, el movimiento Caliber VII que daba vida al reloj estaba caracterizado por los delicados motivos que ornamentaban sus puentes, íntegramente realizados en oro.
Un año más tarde, la firma de Dresde lanzó el primer reloj de su colección cuyo nombre no provenía de una de las figuras del mural de la casa de Wettin. El motivo es que el reloj en cuestión no era más que una versión del Johann cuya esfera estaba realizada con la centenaria técnica del champlevé, que consiste en recubrir con esmalte unas celdas previamente efectuadas sobre la superficie metálica. Así pues, el reloj fue simplemente denominado “Champlevé”. En este caso, el dibujo de estrellas que decoraba la esfera estaba inspirado en un joyero del siglo XVIII.
Modelo August I, de 2014.
Modelo Anton, de 2018.
Nueva caja
En 2017, la firma sajona presentó el modelo Georg, su primer reloj de forma rectangular. Aunque mantenía buena parte de los elementos idiosincráticos de la marca, como las asas triples o los sutiles protectores de la corona, esta nueva caja era significativamente más compleja que su predecesora (utilizada en todos los modelos anteriores, aunque con distintos tamaños), y se caracterizaba por sus ángulos recortados y por el grabado de líneas paralelas que decoraba los dos laterales de la carrura.
En el interior del reloj latía el Caliber VIII, cuya platina rectangular alojaba unos espectaculares —y revolucionarios, teniendo en cuenta el clasicismo innegociable de la firma— puentes redondeados de acero inoxidable, fijados por un tornillo azulado. La complejidad del movimiento, con una arquitectura singular y una combinación de superficies mates y pulidas a espejo que lo dotaban de una mayor profundidad, contrastaba con la simpleza de sus indicaciones: horas, minutos y pequeños segundos (con mecanismo de parada, como es preceptivo en la marca).
Elaborada en esmalte blanco, la esfera presentaba los tradicionales numerales Art Déco y la minutería de ferrocarril —en este caso, rectangular—, interrumpidos por un segundero de grandes dimensiones (14,5 mm) ubicado a las seis horas. Siguiendo el perímetro inferior del segundero, aparecía por primera vez la inscripción “Made in Saxony”, representativa de la importancia que la tradición relojera de este país tiene para Lang & Heyne.
Continuación natural del Georg, el reloj que hasta hoy completa la colección regular de Lang & Heyne es el modelo Anton, que representa el ingreso de la marca de Dresde en el exclusivo grupo de marcas capaces de desarrollar un movimiento con tourbillon. El calibre que aloja este mecanismo regulador, auténtico símbolo de la maestría relojera, es el Caliber IX, que comparte la estética y los acabados de su precedente inmediato. De hecho, tanto la caja como la esfera son idénticas a las del Anton, excepto por la abertura que permite admirar las evoluciones del tourbillon, a las seis.
Con la introducción de un modelo con tourbillon, Lang & Heyne ha vuelto a demostrar una capacidad técnica que, junto a su personalidad única, la convierten en una de las firmas más singulares del panorama relojero alemán. No es raro, pues, que su nombre empiece a sonar cada vez más entre los coleccionistas que aprecian el valor de la tradición tanto como el placer de llevar una obra de arte en la muñeca.