Glashütte Original

Alfred Helwig Tourbillon 1920 Edición limitada

SÓLO PARA TUS OJOS

Por Ernest Valls

Glashütte Original rinde homenaje a un modelo histórico de la Escuela Alemana de Relojería de Glashütte con una nueva interpretación del tourbillon volante de Alfred Helwig. Un hito de la relojería en su momento, que no ha perdido un ápice su encanto y sofisticación.

Glashütte y Alfred Helwig

La ciudad de Glashütte pertenece a uno de los distritos de la región de Dresde, que a su vez forma parte de Sajonia, en la zona oriental de Alemania, limítrofe al sur con la República Checa. Sächsische-Schweiz-Osterzgebirge es el distrito donde se sitúa Glashütte. De pronunciación complicada para los latinos, su traducción da sobradas pistas de su singularidad: “Sächsische-Schweiz” significa Suiza Sajona. Sin bien es probable que el nombre provenga de la similitud del paisaje y la orografía con los valles suizos, no es menos cierto que en la actualidad cobra todo su sentido por ser la zona de referencia de la relojería alemana. “Osterzgebirge” hace referencia al este de los Montes Metalíferos, una particularidad que explica la evolución histórica del lugar. Los Montes Metalíferos –“Erzgebirge”, en alemán– son, probablemente, la zona minera más antigua de Europa. Las primeras referencias datan del año 2500 a.C. y hacen alusión a la presencia de yacimientos de estaño que tuvieron gran importancia en la Edad del Bronce. A los yacimientos de estaño les siguieron los de plata, que fueron con los que la región experimentó un rápido crecimiento económico. Glashütte significa literalmente “fábrica de vidrio”, por lo que probablemente el nombre de la ciudad tenga origen en alguna fábrica cercana, si bien hasta la fecha no se han encontrado pruebas de su existencia.

Retrato de Alfred Helwing con uno de sus trabajos de fin de graduación: el tourbillon volante que equiparía a los relojes bautizados como “de engranajes giratorios”.

El devenir de Glashütte como epicentro de la relojería alemana no es más que una consecuencia de su ubicación y de su historia económica. La riqueza de la región permitió que, hacia 1560, el príncipe elector Augusto de Sajonia estableciera en Dresde una colección de instrumentos, relojes y herramientas que darían lugar al famoso Salón de Matemáticas y Física. La necesidad de proporcionar mantenimiento a los cronómetros de la colección dio paso a la fabricación de los útiles y herramientas necesarios para ello y, a su vez, a la fabricación de relojes de precisión. Este sería el inicio del gremio relojero de Dresde, una prueba de la excepcional destreza de los maestros relojeros del lugar y de la consolidación de una cultura relojera propia.

La participación de Glashütte en la historia relojera de Sajonia se remonta a la primera mitad del siglo XIX, cuando Ferdinand Adolph Lange (Dresde, 1815 – Glashütte, 1875) y Gustav Bernhard Gutkaes (1817-1893) decidieron emplazar en la ciudad una fábrica de relojes de bolsillo siguiendo el modelo suizo. La elección de Glashütte como centro donde desarrollar su proyecto respondía a la necesidad de encontrar un revulsivo económico para la región una vez la minería ya era historia. El proyecto se desarrolló con éxito y el despegue relojero de la ciudad fue tal que en 1878 se fundó la Escuela Alemana de Relojería en Glashütte para dar respuesta a la necesidad de personal cualificado que requería la industria local.

Segundero horario, a las seis, horas tras el que se esconde el mecanismo de tourbillon volante.

Ya bien iniciado el siglo XX, en 1913, Alfred Helwig, con apenas 27 años de edad, fue nombrado instructor técnico del ya afamado instituto de relojería alemán. Helwig, junto con los alumnos de último curso que debían realizar una pieza de relojería inédita como trabajo de graduación, se dedicó al desarrollo de relojes especialmente precisos con un tourbillon volante, bautizados como “relojes de engranajes giratorios” por Helwig en 1920. Desde entonces, y bajo su dirección, se desarrollaron una serie de relojes conformes al concepto que había creado. Estos relojes se probaron en el Observatorio Naval de Hamburgo, el centro de pruebas para los relojes de precisión alemanes, con unos excelentes resultados de cronometría y precisión. Alfred Helwig impartió clases en la Escuela Alemana de Relojería durante 41 años y por sus clases pasaron más de 800 aprendices de relojero. Sus publicaciones siguen siendo en la actualidad trabajos de referencia para relojeros, ajustadores y coleccionistas de relojes.

Corona de tipo cebolleta inspirada en los antiguos relojes de bolsillo.

Coincidiendo con el centenario de su creación, Glashütte Original le rinde un especial homenaje con una pieza de excepción en rigurosa edición limitada a 25 piezas: el Alfred Helwig Tourbillon 1920 – Edición limitada. Este modelo está inspirado en los modelos históricos creados por Helwig y sus alumnos de la Escuela Alemana de Relojería de Glashütte. La pieza no sólo es excepcional por la complicación que incorpora, un tourbillon volante, sino también por la elegancia de la esfera nítida y diáfana, que oculta el tourbillon a los ojos de los desconocidos y lo reserva para el especial disfrute de su usuario (se muestra a través del fondo del reloj). El Alfred Helwig Tourbillon 1920 – Edición limitada se presenta con una correa de piel de aligátor de Luisiana de color marrón dotada de un cierre de hebijón, por un precio de 122.100 €.

Caja de corte clásico

La caja, de oro rosa, tiene un justo diámetro de 40 milímetros, dentro de los límites que marcan los cánones clásicos que definen un reloj elegante. Su grosor de 11,6 mm está acorde con la complicación que alberga en su interior, que precisa de más espacio que un reloj con sistema de regulación tradicional. Su arquitectura de tres cuerpos es clásica: bisel, carrura y fondo. El conjunto consigue una estanqueidad de 3 bar, equivalentes a una presión a 30 metros de profundidad.

Las líneas de la caja son las habituales que encontramos en los relojes de la manufactura: limpias, sencillas y clásicas. El acabado de los tres cuerpos de la caja es pulido y los contornos están suavemente redondeados. El bisel escalonado sirve de sujeción al cristal de zafiro transparente que cubre la esfera. La carrura incorpora unas asas cortas, con el frontal curvo y la parte interior ligeramente arqueada de forma que encaja bien en la muñeca del usuario. El lateral de carrura, igual que el conjunto de la caja, presenta unas líneas redondeadas que suavizan el grosor del reloj. La corona presenta un fino ranurado en toda su superficie. Su forma de cebolla evoca las coronas de los antiguos relojes de bolsillo, un signo más del clasicismo que envuelve a este modelo. El fondo incorpora un cristal de zafiro transparente que permite una visión perfecta del movimiento que late en el interior, y, en especial, del tourbillon volante, el verdadero centro de interés de esta singular pieza de alta relojería. El fondo se sujeta a la carrura mediante cinco tornillos y también hereda las líneas redondeadas del resto de cuerpos que conforman la caja.

Reverso del Alfred Helwing Tourbillon 1920 Edicion Limitada, en el que se puede apreciar el delicado trabajo de decoración del movimiento con la característica platina 3/4 de la relojería sajona.

Esfera limpia y diáfana

La esfera está realizada en oro macizo, chapada en plata con un fino acabado rugoso. Destaca por la sobriedad, sencillez y elegancia del conjunto. Toda una muestra del saber hacer de la manufactura, que no precisa de nada más para crear un reloj que aglutina la esencia de la mejor tradición relojera mecánica. Los índices, de oro rosa y aplicados sobre la esfera, se sitúan después de la clásica minutería tipo “chemin de fer” impresa en negro que circunda el exterior del dial. Las agujas de horas y minutos centrales son de tipo bastón, acabadas en punta, y están realizadas también en oro rosa.

A diferencia de la mayoría de relojes que incorporan un sistema de regulación por tourbillon, el Alfred Helwig Tourbillon 1920 – Edición limitada, oculta este mecanismo a la mirada y lo reserva sólo para los ojos del propietario. Sin embargo, una inscripción impresa en la esfera de los segundos horarios, situada a las seis horas, nos avanza la complejidad que se oculta en el interior del reloj. La esfera de los segundos horarios está ahuecada en la principal, como en un segundo nivel, y aporta una singular profundidad estética. Está rodeada por una escala de segundos impresa en negro, también tipo “chemin de fer”, con numerales cada diez segundos. La aguja de los segundos, delgada y estilizada, está coloreada de azul, tiene un contrapeso tipo botón y conecta directamente con el “oculto” tourbillon.

Debajo del índice de las doce horas se aprecia el nombre de la marca, impreso en color negro, con la tipografía cursiva que caracteriza a la marca sajona.

Proceso de aplicación de los índices horarios aplicados sobre la esfera. Destaca el rebaje de la esfera en la posición del índice, así como los orificios para su perfecto ajuste.

El tourbillon volante

El movimiento que late en el interior del Alfred Helwig 1920 – Edición limitada es el calibre manufactura 54-01. Se trata de un movimiento de cuerda manual, con sistema de regulación mediante tourbillon volante y con una generosa reserva de marcha que llega hasta las 100 horas, ¡más de cuatro días! El conjunto volante/espiral late a unas tranquilas y pausadas 21.600 alternancias por hora, que equivalen a una frecuencia de oscilación de 3 Hz. El movimiento es un fiel reflejo del buen hacer de la relojería alemana tradicional: chatones dorados atornillados a la platina, tornillos azulados, platina ¾ que cubre todo el rodaje, decoración con motivos rayos de sol en la el rochete –debajo del cual está el barrilete– y decoración con franjas de Glashütte (como se denominan en la Sajonia relojera las tradicionales “Côtes de Genève”).

La arquitectura y el diseño del movimiento están centrados en resaltar la parte más emblemática de este modelo: el tourbillon volante. El tourbillon es un sistema de regulación de la marcha del reloj ideado para compensar el efecto que tiene la gravedad terrestre sobre el conjunto volante/espiral. Esta afectación se traduce en una variación de la marcha del reloj, debido a que el centro de gravedad de todo el conjunto no coincide con su centro de giro. Hemos de tener en cuenta que en el momento de su creación los relojes eran de bolsillo y se pasaban largas horas en una misma posición. La solución a este problema la ideó el célebre relojero suizo Abraham-Louis Breguet (Neuchâtel, 1747 – París, 1823), quien desarrolló este sistema hacia 1795 y lo patentó en 1801. Breguet separó la rueda de los segundos en dos partes. Por una parte estaba el piñón –que engrana con la rueda primera–, al que se incorporaba una jaula en la que situaba la rueda de escape, el áncora y el conjunto volante espiral. Por otra parte, la corona dentada de la rueda de los segundos quedaba fija a la platina, y sobre ella engranaba el piñón de la rueda de escape. Además, el diseño debía ser tal que el eje de giro de la jaula coincidiera con el eje de giro del volante. Debido a que la jaula sustituía la rueda de los segundos, ésta daba una vuelta completa sobre sí misma cada minuto. En definitiva, este diseño conseguía que el centro de gravedad del sistema de regulación, tras una vuelta completa, compensara la desviación que pudiera tener por estar en una posición cuando pasaba por la posición opuesta.

Ensamblaje del conjunto del tourbillon volante en el movimiento. La ausencia de puente superior de apoyo permite una visión completa de la jaula del tourbillon.

La aportación de Alfred Helwig al tourbillon no es baladí. En un tourbillon tradicional, el extremo inferior del eje de giro se apoya sobre la pletina mientras que el superior se apoya a un puente. De esta forma se obtiene un apoyo firme y estable al conjunto. Sin embargo, el tourbillon volante de Alfred Helwig prescinde del apoyo superior y todo el sistema se apoya solamente en el extremo inferior del eje de giro. Este diseño mecánico debe ser tal que garantice la estabilidad de la jaula y esta mantenga constante su verticalidad. El resultado es una visión limpia y diáfana de todos los componentes del tourbillon, de manera que se puede seguir la lenta rotación de la jaula y ver cómo giran, a su vez, la rueda de escape, el áncora y el volante, que lo hace sobre sí mismo. El efecto estético es total, ya que parece que el tourbillon está flotando sobre el movimiento. Si ya de por sí un tourbillon hipnotiza a cualquiera que se acerque a mirarlo, un tourbillon volante aumenta ese efecto, ya que deja al descubierto toda la caja sin nada que impida su perfecta contemplación.

Más información en: www.glashuette-original.com

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